«¿De qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?» (Santiago 2:14)
Vivimos un tiempo en donde se ha tergiversado el significado de las palabras. Pero Dios ha guardado su Palabra y por ello la Biblia misma se encarga de definir las palabras que utiliza.
Veamos la definición de qué es la fe: «Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.» (Hebreos 11:1)
Cuando uno tiene convicción sobre algo, actúa en consecuencia. Es decir, si creo que mi empleo es bueno y que está asegurado, podré meterme a comprar un bien, porque estoy convencido que tendré unos ingresos que me permitirán cumplir con mi compromiso.
Es decir, tengo la convicción que podré afrontar el pago y por ello actúo y me comprometo. También tengo la certeza de que, aunque no me vea con los ojos físicos en ese trabajo en el futuro, allí estaré, porque creo que es un puesto de trabajo seguro.
Lógicamente este es un ejemplo sencillo, para ilustrar la idea.
Ahora vayamos a la Palabra de Dios.
Llamamos a la Biblia «Palabra de Dios» porque decimos creer que su contenido es lo que dijo Dios al hombre.
Decimos que nuestra fe está fundamentada en la Biblia. Es decir, que decimos tener la certeza de que lo que allí está escrito, se cumplirá y estamos convencidos de ello, aunque no lo veamos.
Todo eso está muy bien. Pero volvamos al primer versículo, que dice que solo la fe no salva, sino que hay que demostrar la fe con las obras.
Tú puedes decir que crees que Jesús pagó por tus pecados y que por ello, eres salvo. Pero, muchos de los que dicen esto, no viven de acuerdo a ello.
Con su boca dicen una cosa, pero con sus hechos muestran que en realidad no creen. Dicen creer en un Dios Santo, Santo, Santo, pero viven vidas promiscuas, irreverentes, de mal testimonio. Mienten sin dudarlo. Dicen creer que Jesús está a punto de volver, pero viven como si fueran a vivir para siempre en este mundo. Se comportan como cualquier persona que no cree en Dios.
Es decir, sus obras evidencian que no creen en la Biblia, porque si creyeran de verdad, tendrían temor de Dios. No se acostarían con incrédulos ni se involucrarían con el ocultismo. Meditarían en la Palabra y la pondrían por obra en sus vidas.
Revisemos nuestra supuesta fe:
¿Alguien tiene alguna prueba de que Jesús pasó por esta Tierra?
¿Alguien tiene alguna evidencia de que murió en la cruz y resucitó?
¡¡¡No!!!
No existe ninguna evidencia física de ello.
¿Entonces por qué creemos?
Ahí está el valor de la fe. Creemos aunque no veamos con nuestros ojos evidencias físicas de ello. Creer conlleva actuar en consecuencia. Si vivimos de acuerdo con lo que decimos que creemos, estaremos empeñando toda nuestra vida en una forma de vida. Eso es entregar nuestra vida a Cristo. Es dejar de llevar una vida sin Él, para pasar a tenerlo como el centro de nuestra existencia. Es tomar las decisiones según Sus principios.
¿De qué adelanta decir que se cree que Jesús murió por nuestros pecados para reconciliar al hombre con el Padre, si no vivimos de acuerdo a ello?
Solamente decir que creemos, pero viviendo como si no lo hiciéramos, es falso y no se sostiene ante Dios. Con nuestros actos estaremos negando aquello que decimos creer.
Reflexionemos pues sobre el versículo del principio y revisemos nuestra conducta: «¿De qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?» (Santiago 2:14)